Por Florencia Trujillo
No puedo evitar ver a esos cerdos y sentirlos... sentir su drama ¿cuál? vivir una existencia antinatura en un centro de exterminio. Y este sentir de profunda empatía con ellos no creo que provenga de un estado de locura de mi parte... es mi naturaleza humana la que habla: la compasión que, desde luego, el poderoso caballero Don Dinero desconoce ... así se les llamaba a los Agrosuper en época del Siglo de Oro Español.
Al ver las imágenes de los cientos de miles de cerdos en la planta de Agrosuper y ver su confinamiento, el saber que ellos están ahí para ser finalmente devorados para placer de paladares humanos... el saber que ellos son como yo, que forman familias, que sienten y sufren, que son entidades morales; que la industria cárnica los trata como objetos semovientes y les priva de todo aquello para lo que naturalmente existen, que desarrollan trastornos de conducta debido a nuestro sistema productivo depredador, desalmado, comelotodo y que hay estudios que demuestran lo que afirmo ... por qué, por qué mejor no ahorrarse tanta miseria y simplemente renunciar a la industria de la carne que tanto perjuicio acarrea, terminaríamos con el sufrimiento innecesario de millones de seres sintientes (¿acaso esa razón no es válida de esgrimir?), terminaríamos con uno de los principales factores de emisión de gases que producen el efecto invernadero, habría más disponibilidad de hectáreas de terreno destinadas a producir alimento para los humanos en vez de producir para "animales de granja o de beneficio", se extinguirían enfermedades como la "vaca loca", la "fiebre aviar", las cuales han nacido precisamente de las cloacas de la industria de la carne, enfermedades y pestes que surgen de la propia dinámica de la producción a escala industrial. Por el hecho de suprimir la ingesta cotidiana de carne nadie moriría de desnutrición, salvo que dejase de comer vegetales en suficiente cantidad y calidad.
Yo sé que no es políticamente correcto demostrar aflicción por seres sintientes no humanos frente a la represión que en este minuto sufren los habitantes humanos de la localidad de Freirina; nadie niega que su razón de protestar es legítima, nadie quiere vivir en la inmundicia y su derecho a vivir en un medio ambiente libre de contaminación (derecho consagrado constitucionalmente) ha sido sistemáticamente vulnerado siendo obligados a convivir con los excrementos y los desechos biológicos que impajaritablemente producirá este tipo de industria ya sea que esté ubicada en Freirina o en otro lugar igualmente marginal a los centros del poder. Con ellos, con los más débiles que sufren la injusticia del sistema vaya mi solidaridad.
Y, desde mi perspectiva, no puedo dejar de incluir en esta sed de justicia la vida de aquellos que tienen sus propias razones para existir independientemente de nuestra voracidad y de nuestro egoísmo antropocéntrico. Necesito buscar consuelo en una mirada de larga duración, necesito tener esperanza y, en este esfuerzo, quiero pensar que hoy vivimos la prehistoria del futuro, la prehistoria de nuestra propia humanidad.