Por: Rodrigo Guendelman |
Si ya el hecho de comprar un perro o un gato se convierte en un acto cercano a la inmoralidad, considerando la inmensa cantidad de mascotas de ese tipo esperando adopción, el problema principal es regalar animales sin pensar que se trata de un “regalo” que va a durar alrededor de 20 años
En el país de los eufemismos y de la hipocresía, en la nación donde decimos “desvincular de la empresa” en vez de despedir, “crecimiento negativo” en vez de pérdidas y “ejecutivo de ventas” en vez de vendedor, en nuestro Chile querido los perros no son abandonados. No, eso sería muy fuerte, muy cierto y muy complejo. Aquí, los perros de la calle son vagos. Como si ellos hubieran decidido irse de sus casas en búsqueda de la libertad, como si fueran animales flojos que deambulan por las avenidas después de pasar ocho horas en una botillería.
Vagos. Así los llamamos. Así nos desprendemos emocionalmente de sus necesidades como seres vivos y le hacemos un bypass olímpico a la responsabilidad, al hecho de que fuimos nosotros los que los abandonamos a su suerte. Y, entonces, de esa manera, podemos dejar que nuestros políticos – muchos de ellos verdaderos doctorados en eufemismos- discutan si la “solución” es el exterminio. Una vergüenza.
¿Saben cuantos perros mal alimentados y sin domicilio conocido hay en este país? La cifra es impresionante: 4 millones. Es decir, un 70% de la población canina. “El problema tiene su raíz en la costumbre arraigada de algunos de botar animales cuando sienten que sobran en su casa”, explica en un diario el ecologista Félix González. Tal cual. Éste es el país donde la gente piensa que los perros son como los juguetes de plástico, es decir, desechables cuando ya no se entretienen con ellos o cuando deciden cambiarse de casa.
Si ya el hecho de comprar un perro o un gato se convierte en un acto cercano a la inmoralidad, considerando la inmensa cantidad de mascotas de ese tipo esperando adopción, el problema principal es regalar animales sin pensar que se trata de un “regalo” que va a durar alrededor de 20 años. Peor, hay muchos que lo hacen sin saber siquiera si quien recibe el regalo lo quiere realmente. Una falta de respeto, de tino y de humanidad que tiene a Santiago y al país entero lleno de perros hambrientos que forman jaurías, tan necesarias para sobrevivir como peligrosas.
¿Cuál es la solución? Los que usan el cerebro para pensar en profundidad este problema hablan de algunos cambios fundamentales: a) esterilización masiva de hembras b) adopción en vez de compra c) que los municipios a través de un carnet regulen la tenencia de mascotas d) educar a la gente para que entiendan que un animal es un ser vivo que necesita amor, cuidado y con el cual se establece una relación de por vida. Como un hijo. No como un utensilio de obsolescencia programada.
En el país de los eufemismos, no aceptemos una Ley sobre Tenencia Responsable -como la que se discute en el Congreso- que le da facultad al juez para sacrificar a un perro como si se tratara de un mero “daño colateral”. En el país de la hipocresía, empecemos a sacar la voz por los que ladran en vez de hacernos los huevones. Es lo mínimo que se merecen nuestros mejores amigos.