El último suceso que causó indignación en el seno de una empobrecida plebe española fue la muerte de un elefante africano a manos del rey Borbón, asiduo a las estancias de lujo que ofrecen el servicio de “caza enlatada” de leopardos, jirafas, leones, elefantes, búfalos, etc. Mientras en nuestro país culminaba la campaña “Liberen a Ramba, el último elefante de circo en Chile”, al otro lado del mundo caía un elefante por impacto de bala, por turismo, por 37 mil euros, por adrenalina, por diversión… ¿Quién percutó el arma? El Rey Juan Carlos de España.
Paradojalmente, el monarca es -desde su fundación- Presidente de Honor de la WWF España, organización conservacionista mundialmente reconocida por la imagen de un oso panda, con 50 años de trabajo para evitar la extinción del elefante africano, una especie incluida en el Apéndice I de la Convención CITES, cuya explotación comercial está prohibida, más aún la caza.
¿De qué modo se protege internacionalmente la vida de estos animales de la codicia que despierta el marfil de sus incisivos? Básicamente de cuatro formas:primero, estableciendo científicamente su condición de especie en peligro de extinción, segundo, evitando el deterioro de su hábitat (en calidad y extensión de los corredores biológicos), tercero, previniendo y sancionando la caza furtiva y el tráfico de marfil,cuarto trabajando con las comunidades locales y los gobiernos en torno a las rutas migratorias de los elefantes que nada tienen que ver con las fronteras humanas ni los estados nacionales.
Pero así como hay paraísos fiscales para los magnates del lavado de dinero y delitos económicos también hay paraísos para los magnates homicidas de animales(frecuentemente son los mismos personajes porque la escala de valores aplicable en ambos casos es análoga). Países que se desenmarcan (expresa o tácitamente) de los compromisos internacionales en pro de la biodiversidad y que declaran que el elefante es una plaga porque arrasa con los campos que alguna vez fueron parte de su hábitat cada vez más intervenido por el ser humano. Estos países simplemente no han sabido generar políticas de conservación compatibles con la vida de los aldeanos y cuya declaración de plaga sirve de plataforma y justificación para nutrir un negocio de ganancias suculentas de las cuales sacan provecho apenas un puñado de personas.
Bueno, en estos países funcionan empresas como Rann Safaris que ofrece el servicio de “caza enlatada” que consiste en pagar por obtener un trofeo de caza, el cliente tiene la certeza de que el animal resultará muerto aunque, producto de su mala puntería, haya que darle uno o más tiros de gracia para no prolongar su agonía. En ocasiones los animales son drogados, así lo hacen en ciertos cotos de caza de Europa oriental donde los osos (criados en cautiverio) son “liberados” sólo para efectos de terminar siendo un blanco fácil en la mira de magnates, traficantes, servidores públicos y también monarcas . (*)
Después de los escándalos por su onerosa participación en la cacería de elefantes en África y en momentos de grave crisis económica en España y apriete de cinturón -pero no para todos ni por igual- el Rey Juan Carlos, en escueta declaración (ni solemne ni anunciada, ni firmada), ofreció disculpas públicas -y promesa de no reincidir- por alguna falta inespecífica que bien podría ser alguna de estas alternativas: a)por la caza de elefantesb) por la caza de animales en general c)por no acompañar a los plebeyos hispanos en la austeridad que imponen los tiempos d)por exponerse a una fractura de cadera en actividades riesgosas para su edad e) por salir de cacería al África sin informar en palacio destino ni objetivo f) todas las anteriores.
Con todo, ¿qué es lo objetivamente reprochable en la conducta del rey y que sea de interés de los habitantes de esta larga y angosta faja de tierra? En su vida privada no tenemos nada que decir ni opinar, no ha cometido ilícito alguno por cuanto en Bostwana la caza de elefantes es legal, sobre su falta de austeridad se pronunciarán los directamente afectados, es decir los contribuyentes españoles. Aquello que nos afecta rotunda y directamente es la incoherencia, la inconsistencia, la actitud hipócrita de, por una parte, liderar públicamente una causa de interés planetario presidiendo una organización mundial de conservación y, por otra, llevar una vida que en los hechos se sitúa en las antípodas de lo que se dice defender, afectando con ello la fe pública más allá de las fronteras nacionales pues nuestra vida, la vida del rey y la de los elefantes la sostiene un mismo planeta Tierra.
El monarca español a sabiendas de las fuertes críticas que desató este episodio no ha dado señales de genuina reflexión respecto de las implicancias y contradicciones vitales de ser representante de una organización de conservación de la fauna silvestre y andar por el mundo cazando animales a punta de escopetazos. Su próxima presencia en Chile como representante de España -más exactamente representante de los intereses de grandes consorcios españoles en Sudamérica- significará que el gobierno de Chile deberá, por protocolo, rendirle honores y darle un trato de Jefe de Estado. No ha de faltar quienes le den un trato reverencial olvidando que Chile es una República y no una monarquía, que aquí las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos y que la sangre azul, en buena hora, se fue a las pailas con Bernardo O’Higgins Riquelme.
En síntesis, ¿puede un rey hacer lo que le plazca? Matar elefantes en África, osos en Europa oriental, paradojalmente presidir una organización de conservación de fauna silvestre, ¿y venir a Chile sin pagar un precio por sus acciones? ¿Debemos aceptar que se destinen millones de dólares del presupuesto nacional para rendirle honores?
El planeta es uno sólo, la sangre derramada por diversión le ha de perseguir donde quiera que haya gente consciente y respetuosa de la naturaleza. Además, en Chile los elefantes no se asesinan, se rescatan.
Florencia Trujillo
La Otra Voz
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